Semejantes a las olas del mar agitadas por vientos contrarios, nos balanceamos, ignorantes de nuestro destino y del futuro acontecer*
Spinoza, B. de la Ética, demostrada según el orden geométrico
El paraíso se muerde la cola al ser un biombo, se despega de la pared para habitar el
espacio con nosotros y dejarnos inmersos en él.
En el bosque húmedo, el color modula las temperaturas que componen un relato. En este
entorno idílico y exuberante, lo profano es sacro o viceversa, y el tiempo es otro, o es el
mismo que se va extraviando. La mirada atenta descubrirá allí cuerpos que tan perdidos
como el paraíso, se entregan al erotismo y a la celebración del desconcierto; se dedican al
buen vivir en comunidad; el agua que los abraza fluye en configuraciones efímeras.
A diferencia de nosotros, que miramos el paisaje con distancia, las figuras que lo habitan
se funden con él y nos invitan a hacer lo mismo.
La magnitud de los espectáculos naturales siempre me conmueve; ese es el inicio de la
obra. Desde la pintura reinterpreto el paisaje y sus desbordes, superpongo capas de color
con detalle y perseverancia; trato de captar las transformaciones visibles de la materia por
la luz, buscando atrapar esas visiones antes que se diluyan en la retina.
Mientras trabajo, la conversación imaginaria con los artistas que me preceden es
inevitable; los cito en cada procedimiento y así revive el lenguaje. La historia de esta
nueva imagen que traigo al mundo, es la condensación de una sumatoria de encuentros
con la superficie de la tela o el papel.
Últimamente no hay bastidor ni enmarcado que me alcance. En mis instalaciones más
recientes busco que la pintura se expanda en el espacio, que se salga de sí, que se vuelva
envolvente.